Los hijos tendemos a creer que los padres son otra clase de seres humanos, sin pasiones ni defectos, seres equilibrados y responsables que son capaces de arreglar cualquier cosa y siempre están disponibles, llueve o truene. Pero llega un momento en la vida de muchos padres y madres, sobre todo cuando se convierten en abuelos, que cambian un poco en su forma de ser y en sus costumbres. Es como si retrocediesen a su juventud, y algunos de ellos se vuelven apasionados, desconcertantes e inconscientes.
Mi padre ya va camino de los 80 años. Ha tenido bastantes achaques en los últimos tiempos. Tuvo un problema de corazón y luego estuvo un tiempo pendiente de unas pruebas relacionadas con el cancer ano. Finalmente, las pruebas descartaron dolencias graves pero evidentemente con casi 80 años tu cuerpo no funciona como el de uno de 20. Pero mi padre, a veces, piensa que sí y está empezando a hacer cosas raras.
Para él, claro, no son cosas raras, lo ve como lo más normal del mundo, una evolución lógica, pero cuando has visto a un hombre comportarse de forma lógica y cabal durante tantos años, te sorprende que se apunte a bailes de salón. Por supuesto, es una actividad de lo más recomendable pero cuando cada mes terminas con un esguince en alguna parte de tu cuerpo, pues a lo mejor hay que replantearse cómo gasta uno el tiempo.
Recuerdo que mi hermano le regaló hace un tiempo aquel libro que hablaba sobre un abuelo que saltaba por la ventana y se iba de la residencia en la que estaba. Se lo regaló en un momento bastante delicado, cuando estaba muy preocupado por lo de las pruebas de cancer ano. Nuestra madre murió hace años de cáncer y varios amigos han pasado también largas enfermedades, así que mi padre se lo tomó muy a pecho.
Cuando finalmente se descartaron problemas graves creo que tomó el mensaje de ese libro al pie de la letra y se dijo: “voy a disfrutar del resto de mi vida, por muchos esguinces que tenga…”.